Acompañando a los managers en su proceso de desarrollo, he descubierto que el mayor desafío con el que la mayoría se encuentra a la hora de liderar a sus colaboradores y equipos es su propio ego.  El ego es una barrera que, en muchas ocasiones, nos impide ejercer como líderes un verdadero poder de influencia sobre el equipo.

Aparece el ego cuando emitimos juicios, que nos hacen aferramos a nuestro propio mapa mental.  El ego nos impide escuchar con una verdadera intención de comprender a nuestro equipo, así como conectar con los colaboradores y con lo que de verdad está ocurriendo en cada momento. El ego también nos debilita como líderes y nos arrastra hacia una soledad alejada de una verdadera relación de confianza. 

¿Qué hacen los líderes inspiradores para evitar que su ego se interponga entre ellos y sus equipos?

Según mi experiencia, la mejor herramienta para no dejar que el ego maneje las interacciones del manager con su equipo, es la presencia. La presencia es una pieza fundamental para liderar personas de manera eficiente. De la presencia emana la consciencia, la escucha activa, el respeto, la conexión y el verdadero liderazgo.

El ego coloca al líder en una posición mental que le impulsa a actuar buscando el reconocimiento y, a veces, la admiración de sus colaboradores. El ego nos lleva a tomar solos las decisiones y a dar consejos y recomendar soluciones. También hace que nos formulemos preguntas como: ¿Cuál es la imagen que mis colaboradores tienen de mí? ¿Me estarán reconociendo como líder? ¿Estoy aportando suficiente valor a mi equipo?

Sin embargo, el estado de presencia nos permite abrir un espacio de escucha activa y profunda, de la que emanarán espontáneamente las preguntas y conductas adecuadas para que el equipo sea capaz de sentir que creemos en ellos y que nos preocupamos porque desarrollen todo el potencial que tienen y que somos capaces de ver.

El verdadero liderazgo se basa en la presencia. Si el líder no está presente en sus reuniones con su equipo, si no que está centrado en él mismo y no en lo que está ocurriendo en ese momento, el equipo tampoco estará presente y aparecerán los egos de todos en una lucha encarnizada por ganar al otro, más que en buscar el beneficio del equipo.  Sólo en un estado de profunda presencia estarán conectadas todas las preguntas con todas las respuestas y el equipo conseguirá alcanzar la excelencia.

El ego del líder es una forma de control que nos hace apegarnos a nuestros propios pensamientos, sensaciones y emociones. Juzga y se resiste, en lugar de aceptar aquello que de verdad está ocurriendo ante sus ojos.

Cuanto más fuerte es el ego del líder, más se apegará su mente a los pensamientos del pasado, tratando de buscar su propia identidad, o del futuro, tratando de alcanzar su realización profesional. De la misma forma, cuando nos identificamos con nuestras propias emociones, principalmente con el miedo o el deseo, que alientan el ego, desconectamos del estado de presencia.

Desde mi punto de vista, el ego del líder es el gran desafío con el que nos encontramos para conseguir que nuestros equipos consigan el mejor resultado. Para poder llegar a este nivel de presencia que nos permita no sentirnos secuestrados por nuestro ego,  necesitamos práctica, de la misma forma que un conductor necesita muchos kilómetros de rodaje para tener un buen manejo espontáneo del vehículo. Cuando consigamos ese estado de presencia en nuestras interacciones con nuestros equipos, el ego se desvanecerá. Es sólo entonces cuando el hacer como líder se impregna de la calidad de nuestro ser.

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Rosa Cañamero
Socia Directora-Execoach
Coach Ejecutivo PCC