Una mañana hace unos años, después de varias semanas de trabajo con un potencial gran cliente, recibí un email en el que me decía que el proyecto, en el que había puesto toda mi energía durante mucho tiempo, no saldría adelante. Habíamos invertido infinitas horas en reuniones, correos electrónicos y presentaciones, pero algo no encajó y el cliente decidió cambiar de dirección.

En ese momento sentí frustración, rabia, tristeza, incluso una pequeña derrota por todo el tiempo invertido. Sin embargo, como me comentaba un cliente en una sesión de coaching hace un par de semanas: «Nos movemos en un tablero de ajedrez donde cada decisión altera el curso del juego. Incluso los movimientos que parecen fallidos pueden ser estratégicamente decisivos para el éxito final de la partida»

En mi caso, aquel fracaso fue uno de los aprendizajes más valiosos de mi carrera. No por lo que conseguí, sino por lo que entendí. Esa experiencia, una vez que me bajó la emoción, me hizo reflexionar sobre cómo tomo las decisiones, cómo gestiono la presión, cómo manejo las situaciones cuando las cosas no salen como espero.  Aprendí también, que el fracaso no debería entenderse como una derrota, sino como una pieza fundamental del aprendizaje, en este caso profesional.  Estoy convencida de que solo quien se permite fallar, reflexionar para aprender del error y asumirlo como parte del proceso logra avanzar.

Esa experiencia también me hizo reflexionar sobre algo que a menudo olvidamos y que creo que es fundamental y es la sabiduría práctica. Esa que no se enseña en las aulas, sino que nace de la experiencia, del error, de la observación y de la capacidad de convertir cada tropiezo en una oportunidad de crecimiento.

Mujeres para mi referentes de la historia, como Marie Curie, Oprah Winfrey, Helen Keller o Kate Millett, son ejemplos de como conseguir transmutar los fracasos en aprendizajes y logros.

La sabiduría que se construye con la experiencia de aprender haciendo. 

La célebre científica Marie Curie, que descubrió el polonio y el radio y fue la fue la primera científica en demostrar que la radiación provenía del interior del átomo, lo que transformó la comprensión de la materia y la energía.  Su forma de trabajar fue la investigación, la observación, el error y la perseverancia. Su ejemplo nos revela la importancia de aprender del fracaso y esto significa ser capaz de reconocer patrones, corregir supuestos y extraer lecciones que mejoren los procesos.

Una cultura que fomenta el análisis del error, en lugar de penalizarlo, multiplica el potencial y fortalece la confianza en los equipos.

Así, la sabiduría práctica se diferencia del conocimiento acumulado en que no solo reside en «saber que», sino en «saber cuándo» y «cómo». Las organizaciones que logran esto desarrollan equipos capaces de adaptarse, improvisar y mejorar continuamente. En definitiva, la sabiduría práctica es un activo estratégico que permite convertir el conocimiento en resultado.

Priorizar para avanzar con enfoque estratégico

Oprah Winfrey, una de las mujeres más influyentes de nuestra era, dijo: “Think like a queen. A queen is not afraid to fail. Failure is another stepping-stone to greatness.”  Su frase refleja una gran verdad empresarial: no se puede abarcar todo sin perder el foco.

Cuando se están buscando resultados, muchos equipos caen en la trampa de sobrecargarse con múltiples proyectos, plazos imposibles, objetivos que compiten entre sí. Y paradójicamente, esa hiperactividad disminuye la efectividad.
La sabiduría organizacional reside en priorizar, no en acumular.

El liderazgo maduro se mide por la capacidad de elegir qué proyectos merecen energía, cuáles deben pausarse y cuáles deben dejarse ir.

Aprender del fracaso incluye aceptar que la dispersión y la prisa son fuentes comunes de error.
Fallar por exceso de ambición puede ser una señal para redirigir la estrategia y reenfocar el propósito.

Fracasar con propósito

Helen Keller, quien a pesar de quedarse ciega y sorda en la infancia se convirtió en escritora, activista y oradora con gran influencia, sostenía que el conocimiento debía transformarse en acción. Su vida es un testimonio de ello. Ella escribió:  «El conocimiento es necesario convertirlo en amor, luz y visión». Para ella el conocimiento, por sí mismo, carece de valor si no se orienta al bien común y a la transformación de la realidad.

Cuando una organización se conforma con «tener el conocimiento», pero no lo aplica ni lo adapta al contexto, el riesgo de fracaso se incrementa: el conocimiento se queda en teoría. El verdadero valor está en convertirlo en capacidad de acción. Helen Keller lo hizo personalmente; en el ámbito corporativo, el profesional más valorado es el que no solo domina una herramienta, sino que la usa para mejorar resultados, relaciones y procesos.

Un conocimiento sin propósito es una herramienta sin dirección; en cambio, aplicado con conciencia, se convierte en motor de cambio.

Cómo el error impulsa la innovación

Kate Millett, escritora, feminista y activista, dejó la siguiente reflexión que fue revolucionaria en su época: “Si el conocimiento es poder, también lo es la capacidad de aprender del error. El patriarcado ha sostenido su dominio fomentando la ignorancia sistemática en las mujeres; sin embargo, cada intento por romper esa barrera, incluso desde el error, ha impulsado la innovación y la transformación del conocimiento mismo.”. 

En esencia,  el énfasis de esta reflexión está en que el poder no proviene de no fallar, sino de aprender, cuestionar y reconstruir el conocimiento.

En el entorno empresarial, el conocimiento ha sido tradicionalmente entendido como una fuente de poder, un recurso que se protege y centraliza. Sin embargo, el verdadero poder hoy reside en la capacidad de aprender del error, compartir el conocimiento y transformarlo colectivamente. Así como las estructuras patriarcales se sostuvieron limitando el acceso a la información, muchas organizaciones aún reproducen jerarquías que restringen la innovación. Romper con esa lógica implica reconocer que la ignorancia no es una debilidad, sino un punto de partida para descubrir, experimentar y crear valor nuevo. En una cultura que no teme equivocarse, cada fallo se convierte en un movimiento estratégico hacia el progreso, y cada persona, en una pieza activa del tablero de la innovación.

Convertir los fracasos en oportunidades de crecimiento 

Amelia Earhart, profesora, conferenciante y pionera de la aviación estadounidense, siendo la primera aviadora en volar sola a través del océano Átlantico,  escribió:  “Las mujeres deben intentar hacer lo mismo que los hombres. Cuando fracasen, su fracaso solo debe ser un desafío para los demás»  Esta frase articula perfectamente la idea de que el fracaso no es el fin, sino el inicio de una nueva etapa de aprendizaje.

En el contexto de la empresa, el fracaso puede adoptar muchas formas: un proyecto que no alcanza sus objetivos, una propuesta rechazada, un cliente perdido o un error en la toma de decisiones.
Sin embargo, más importante que la naturaleza del fallo es la respuesta que generamos ante él.
Las organizaciones sabias son aquellas que transforman el error en aprendizaje. En lugar de castigar el fallo, lo analizan con transparencia, identifican las causas y comparten las lecciones con el equipo.
De esta manera, cada error se convierte en un peldaño hacia una versión más sólida y eficiente de la organización.

El crecimiento profesional, tanto individual como colectivo, depende de la capacidad para reinterpretar el fracaso como una herramienta de mejora continua.
Esto requiere valentía, humildad y una cultura organizacional que valore la honestidad intelectual por encima de la apariencia de perfección.
Cuando los equipos se sienten seguros para asumir riesgos y equivocarse, florecen la innovación, la colaboración y la confianza mutua.
El entusiasmo, en palabras de Amelia, es la energía que convierte el fracaso en impulso, y la decepción en oportunidad.

En conclusión, aprender del fracaso es, en última instancia, un acto de sabiduría organizacional. Implica mirar más allá de los resultados inmediatos y entender que cada obstáculo encierra una lección sobre procesos, comunicación o liderazgo. Las empresas verdaderamente inteligentes no son las que nunca se equivocan, sino las que aprenden más rápido y mejor de sus errores.

El arte de la sabiduría en la empresa consiste en transformar la experiencia —incluso la adversa— en conocimiento útil y compartido.  Una organización que aprende del fracaso se fortalece desde dentro, desarrolla líderes más empáticos, equipos más cohesionados y estrategias más humanas. Y, sobre todo, cultiva una cultura donde la excelencia no se mide por la ausencia de errores, sino por la capacidad de evolucionar con sentido, serenidad y propósito.

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Rosa Cañamero
Coach Ejecutivo MCC por ICF & Consultora de Transformación Cultural

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