Estamos comenzando un nuevo año en el que, llenos de optimismo, nos marcamos retos y objetivos tanto personales como profesionales: algunos, nuevos y diferentes; otros, ya viejos compañeros de camino. Retos como por ejemplo mejorar la forma física, las relaciones personales, generar hábitos como la meditación. Así mismo, fortalecer alguna competencia en el campo personal o profesional, como por ejemplo gestionar mejor el tiempo, negociar de manera más efectiva o liderar de manera más influyente.

¿Cuál es la clave para conseguir estos propósitos y que no se queden en un mero deseo? Desde mi punto de vista, los propósitos se consiguen desarrollando la competencia de tener una actitud mental positiva.

Cada vez más investigaciones muestran los beneficios físicos, psicológicos e incluso económicos que genera una actitud mental positiva ante la vida. Nos hace tener el coraje, la confianza, la pasión, el compromiso y la perseverancia necesarias para generar los hábitos que nos acerquen a nuestros objetivos.

Tenemos el poder de elegir, de entre todos los pensamientos que nos vienen a la mente, con cuál quedarnos.

Sabemos que la economía de China ha conseguido situarse entre las más grandes del mundo y que durante los últimos 20 años ha crecido a una proporción anual de casi el 10% de su PIB.  Lógicamente, muchos son los factores que han contribuido a que esto ocurra; pero sin duda, esa actitud mental positiva necesaria para conseguir nuestros nuevos propósitos destaca entre ellos. Se recoge de forma sencilla en la filosofía de uno de sus viejos proverbios, que dice más o menos así: “El hombre cuya cara no sonríe no debe abrir una tienda”.

Recientemente, he comenzado un proceso de coaching con un directivo de una multinacional.  Cuando me reuní con él por primera vez, me llamó la atención su simpatía, su cercanía y su seguridad.  Yo sabía que tenía una gran trayectoria profesional y que todos veían en él un gran potencial para seguir promocionando; pero al conocerle mejor entendí porqué.  Al preguntarle por cuál pensaba él que era su mayor fortaleza, sin dudarlo me respondió que su actitud mental positiva ante lo que le ocurre en el día a día. Te confieso – me comentó en la sesión- que esta competencia me ha costado desarrollarla, porque antes me dejaba arrastrar constantemente por pensamientos negativos, me resultaba más cómodo; pero un día decidí que, si quería triunfar en mi trabajo y en mi vida personal, tenía que proyectar una imagen de éxito.  Y compartió conmigo la técnica que siempre utiliza para conseguirlo, tanto con las personas de su equipo como con clientes o con colaboradores. Antes de reunirse con ellos, se para un par de minutos a pensar en los logros que ha conseguido en su vida y se conecta con esa sensación de éxito y de poder que le hace entrar en la sala de reuniones con una sonrisa y adoptar esa actitud mental positiva que termina por contagiar al resto de los asistentes.

Esta sencilla técnica influye de forma muy poderosa en cómo él se ve a sí mismo y en cómo los demás le perciben.

Las acciones que realizamos y las emociones que sentimos están relacionadas. Así, si regulamos la acción (que es la que está bajo el control más directo de nuestra voluntad) podemos regular la emoción (que no lo está).

Lo que nos hace felices o desgraciados es lo que pensamos acerca de ello.

Todo el mundo busca la felicidad y sin duda, hay un medio seguro para encontrarla. Consiste en controlar nuestros pensamientos. Tenemos el poder de elegir, de entre todos los pensamientos que nos vienen a la mente, con cuál quedarnos.  Podemos elegir los pensamientos que queremos tener cada día, en cada momento, igual que elegimos la ropa que nos ponemos cada día. Podemos decidir quedarnos con aquel que nos paraliza, que nos hace sentir culpables, que hemos fracasado, o podemos decidir quedarnos con aquél que nos hace sentir responsables de cómo gestionamos lo que vivimos cada día y por tanto de cómo nos sentimos. De igual forma, podemos elegir aquel pensamiento que nos impulsa a actuar y a ser cada día una mejor versión de nosotros mismos. Afortunadamente cada vez más personas en la empresa en particular y en la sociedad en general tienen más claro que la felicidad no depende de una circunstancia exterior sino de una actitud interior.

Lo que nos sucede podemos verlo como algo terrible o como una oportunidad de crecer como persona y como profesional.  Debemos ser honestos con nosotros mismos y pensar dónde está nuestra responsabilidad en lo que nos ha ocurrido y qué podemos hacer para mejorar esta situación. Tenemos que ver cómo podemos aprovechar esta circunstancia nueva que se nos ha presentado, para convertirla en una oportunidad. Lo que nos hace felices o desgraciados no es lo que tenemos, somos o hacemos. Lo que nos hace felices o desgraciados es lo que pensamos acerca de ello.

Como dijo Abraham Lincoln: “Casi todas las personas son tan felices como deciden serlo”. Si somos felices, podremos afrontar los nuevos retos con la motivación y el entusiasmo que se necesitan para mantener nuestro compromiso, aún cuando se presenten las primeras dificultades.

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Rosa Cañamero
Socia Directora-Execoach
Coach Ejecutivo PCC