Decía, Albert Einstein, que:  “Si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”, sin embargo, y aunque todos sabemos que esto es cierto, nos cuesta un enorme esfuerzo llevarlo a la práctica y salir de nuestra rutina, de nuestra zona de confort.

Cada uno de nosotros tenemos la nuestra, nuestro refugio, ese lugar en el que nos sentimos cómodos porque es donde están nuestros hábitos, nuestra forma de comportarnos, de relacionarnos con los demás, de comunicarnos…, en definitiva, de vivir.

Solemos, sin darnos cuenta, mantener las mismas conversaciones, reaccionar ante los mismos estímulos de la misma manera, tomar el café en los mismos sitios, ir al trabajo por el mismo camino, sentarnos, cuando asistimos a reuniones, siempre en los mismos lugares.  Incluso los pensamientos que tenemos todos los días son repetitivos en un 95%.

Comportándonos de esta manera nos sentimos seguros, porque no asumimos ningún riesgo, ya que conocemos todas las consecuencias de nuestras acciones y sabemos cómo gestionarlas.  Pero el precio que pagamos por movernos siempre dentro de nuestra zona de confort es elevado, ya que no aprendemos y no nos capacitamos para alcanzar nuevos objetivos, que cuanto más ambiciosos, más alejados estarán de ella.  Tampoco permitimos a nuestro cerebro que se desarrolle creando nuevas conexiones neuronales, ya que son los mismos pasos los que repetimos una y otra vez.

Salir de nuestra rutina diaria y hacer algo diferente a lo que ya sabemos que controlamos perfectamente, o incluso algo que nunca hubiéramos imaginado que podíamos hacer, supone un riesgo para nosotros, por eso muchas veces nos quedamos paralizados y nuestro cerebro, por no asumirlo, se inventa muchas excusas, quizás con la esperanza de que, sea el objetivo el que se acerque a nosotros sin nosotros tener que hacer nada.

Todos tenemos claro que salir de nuestra zona de confort es beneficioso ya que abre nuestra mente y potencia nuestra autoestima y nuestro poder interior.   Entonces ¿qué podemos hacer para conseguirlo?  Según yo lo veo, tenemos dos caminos: uno, quizá el más rápido, que consiste en ir dando pequeños pasos que no nos supongan mucho esfuerzo, y que para nuestro cerebro representen un riesgo muy pequeño, casi imperceptible, para que así no nos boicotee, y repetir este proceso una y otra vez hasta que consigamos ampliar nuestra zona de confort y alcancemos nuestro objetivo.  Y otro, más lento pero más sostenible en el tiempo, que consiste en ir derribando poco a poco el muro que rodea nuestra zona de confort y nos tiene prisioneros dentro de ella.  Este muro está hecho de nuestras creencias limitantes -que nos recuerdan que “no puedo”-, de nuestros miedos –que quieren avisarnos y protegernos del peligro que nos acecha detrás de lo desconocido-  y de reglas muy estrictas para nuestros valores -que nos recuerdan “quienes somos”- .

Sea como sea el camino que decidamos emprender, lo que está claro es que si queremos llegar a ser la persona que queremos ser, hacer lo que deseamos hacer y tener lo que queremos tener, no nos queda más remedio que emprender el camino para salir de nuestra zona de confort.

Si estás interesado en conocer estas técnicas, ponte en contacto con nosotros para más información.

¿Te ha interesado este artículo?  Síguenos en

Y apúntate a nuestra Newsletter mensual para recibir artículos prácticos para tu desarrollo profesional.

Rosa Cañamero
Socia directora – Execoach