Sheena Iyengar, en su libro “El arte de elegir” cuenta un experimento que hizo en unos supermercados. Se puso un stand de prueba con más de 24 variedades de mermelada, y otro con sólo 6 variedades.

Aunque la mayor parte de la gente visitaba el stand de las 24 variedades porque era más abundante y atractivo, eran sobre todo mirones y no compradores. Es más: el 30% que se acercaron al stand con menos variedades compraron un tarro de mermelada, mientras que sólo el 3% de los que se acercaron al stand con muchas variedades, fueron los que compraron. Sorprendente ¿No?

Con este experimento parece obvio que la excesiva abundancia nos gusta y entretiene, pero al mismo tiempo nos abruma y confunde a la hora de elegir la mejor opción. Y eso influye en la decisión de comprar o no comprar. Por tanto, es mucho más efectivo ofrecer menos variedad de productos o servicios para facilitar la elección del cliente.

Esto, aplicado a la toma de decisiones de un directivo, nos lleva a la conclusión de que no es bueno abrir el abanico de opciones cuando vamos a tomar una decisión, sino que debemos focalizarnos en pocas alternativas con el fin de activar nuestra decisión, y no posponerla indefinidamente.

Al fin y al cabo, tomar una decisión siempre nos llevará a un resultado y a un aprendizaje, independientemente de que obtengamos el resultado que esperábamos. No tomar decisiones, en la mayoría de ocasiones, nos paraliza y estanca nuestra evolución y crecimiento.

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