Lo siento. No existen soluciones rápidas ni recetas mágicas para conseguir nuestros objetivos ni para potenciar nuestras fortalezas ni para mejorar en nuestros puntos débiles. Es importante que lo asumamos de una vez, porque de lo contrario vamos a dejarnos embaucar una vez más por los charlatanes, los vendedores de humo y los oportunistas.

Cada día compruebo que los directivos tienen un deseo obsesivo de resolver sus conflictos y problemas de forma inmediata y casi mágica, sin esfuerzo y rápidamente. También observo cómo algunos directores de desarrollo o RRHH pretenden solucionar todos los problemas de su empresa o de un Departamento con un curso de 16 horas. 

Como se puede ver, el cortoplacismo impera en el mundo empresarial y directivo. En un mundo frenético y estresante, la tentación es pretender que las cosas cambien de un plumazo y además, para siempre. Pero la realidad es que no funciona así. El auténtico cambio, el que permanece para siempre y constituye el generador de la excelencia, es el que se consigue a través de los hábitos.

Un hábito es una conducta que hemos incorporado de forma automática e inconsciente a nuestra vida, y que no nos cuesta ningún esfuerzo realizarla. Un ejemplo sencillo sería conducir. Al principio necesitamos poner toda nuestra concentración en realizar la tarea de manejar el coche, cambiar las marchas, cumplir con las señales de tráfico, etc. Hasta que llega un momento en que lo hacemos de manera inconsciente, sin esfuerzo mental ninguno, empleando la mínima energía. Nuestro cerebro ha automatizado todas las acciones o conductas necesarias, lo ha convertido en un hábito.

El hábito es un mecanismo de nuestro cerebro que tiene que ver con su configuración, ya que su principal función es la de ahorrar y optimizar energía para la supervivencia y el funcionamiento normal de nuestro organismo. Cuando queremos incorporar una conducta nueva, como escuchar más que hablar, realizar una reunión estratégica con mi equipo todos los meses, o pedir feedback a mis colaboradores, nos cuesta y mucho.

Sin embargo, cuando repetimos esta conducta una y otra vez, nuestro cerebro va generando conexiones neuronales cada vez más sólidas relacionadas con dicha conducta. Es como si nuestra mente, al recibir el mensaje de que una conducta o acción se repite, lo procesara como correcto, y al repetirse más y más, lo aloja en el inconsciente como parte de su programación. Estamos construyendo un hábito sostenible.

Sólo de esta forma podemos incorporar auténticos cambios para mejorar nuestras competencias, para lograr nuestros objetivos. El cambio no es cuestión de una sola acción, sino de muchas acciones en la misma dirección, repetidas decenas de veces hasta que no necesitamos emplear energía ni esfuerzo mental en hacerlo…Pero ¿Cuantas veces es necesario repetir una acción para incorporarla como un hábito sostenible?

Fue William James, uno de los padres de la psicología moderna, quien introdujo la teoría de los 21 días. James fue pionero también respecto a la hoy demostradísima neuroplasticidad del cerebro, y ahondó en el tema de los hábitos, defendiendo que podemos aprender una habilidad y adquirirla como hábito, lo cual modifica nuestra estructura cerebral. Según James, para que una conducta o comportamiento se convierta en un hábito sostenible e inconsciente, es necesario repetir dicha conducta por un mínimo de 21 días.

Esta teoría la podemos extender a todo tipo de acciones o conductas que deseemos incorporar a nuestro inconsciente como hábitos positivos. Por ejemplo, si se trata de una acción que sólo desarrollamos los 5 días laborables de la semana, entonces, tendríamos que repetir dicha acción durante 4 semanas y un día para que se convierta un hábito (porque así sumaríamos 21 días), mientras que si se trata de una conducta o tarea que realizamos sólo una vez a la semana, tendríamos que repetirla durante 21 semanas consecutivas para que se convierta en un hábito.

La fuerza de ir introduciendo hábitos positivos en nuestra vida profesional es impresionante. Una potente disciplina y una firme voluntad empieza a impregnar nuestra personalidad y carácter, proyectando seguridad y liderazgo de forma creciente.

Los hábitos tienen una conexión directa con la excelencia. Si uno aspira a ser un líder destacado en cualquier entorno, no hay otro camino. No existen atajos ni recetas mágicas, como decía antes, sino el trabajo focalizado y perseverante en una meta. No en vano, el gran Stephen R. Covey titulaba su famosísimo libro «Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva» porque sabía que los auténticos líderes deben sembrar hábitos positivos para producir los frutos del éxito y de la excelencia. Aristóteles también lo dijo: «Somos lo que hacemos día a día. De modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito».

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Javier Carril
Socio Director